Naturalmente, el nacionalsocialismo fue algo más que un proyecto o una ingeniería de exterminio racial y político. Sin embargo, la experiencia del Holocausto rayó nuestra conciencia con su esmeril de horror, heredándonos una mirada miope, aunque políticamente muy responsable, que sólo consigue representarse al nazismo a través de las anteojeras del campo de concentración*.La caída, en cambio, se aventura sobre el territorio pedregoso de ese algo más del nazismo, que puede pensarse a partir de las siguientes figuras:
I.- El hijo de la patria: ese niño dispuesto a morir destruyendo tanques rusos en la batalla de Berlín, contrariando el mandato de un padre ex-combatiente que denuncia el sinsentido de su inmolación en una guerra perdida. Pues bien, el niño finalmente sobrevive. Llegará, incluso, a conocer su patria en la posguerra. Sólo entonces se suicidará. Así lo denunció Rossellini en su Alemania año cero, retratando un país devastado por los bombardeos aliados, que regaron de muerte a las poblaciones civiles buscando erradicar del globo la historia, la cultura y la arquitectura alemanas. (Ese diluvio letal desatado entonces no ha cesado aún, sino que se ha extendido a nivel planetario. Nuestros días transcurren atenazados por los mismos demiurgos de la libertad, que complementan hoy los misiles democráticos con la ingeniería concentracionaria que dijeron combatir otrora).En definitiva, la figura del hijo de la patria permite desdoblar el pliegue que oculta tras la ilimitada vocación expansionista de la elite nazi, la empresa de un pueblo, el pueblo alemán combatiendo en guerra, una vez más**.
II.- El médico de guerra: un oficial de las SS que desobedece las órdenes de sus superiores para asumir un compromiso humanitario con su pueblo. La película construye una figura de heroísmo en torno al médico de guerra, que se erige en contraste con la política y las prácticas de los mandos superiores nacionalsocialistas, especialmente contra la decisión de Goebbels de crear cuerpos paramilitares destinados a eliminar desertores y judíos en la cuenta regresiva del régimen para su derrota. Por lo tanto, en la figura de este médico -es decir, de este oficial de la policía himmleriana que gestionó del genocidio- encontramos ¿paradójicamente? encarnada una búsqueda angustiosa de lo humano. Aunque la perplejidad de su rostro, sus ojos desorbitados y la mirada ausente nos recuerden que el horror nazi no es sino la potencia de lo humano actualizada en una de sus posibles especies, un ejemplar demasiado humano.
III.- La revolucionaria nacionalsocialista: el modelo nazi de femineidad se inscribe en la tradición premoderna de la madre de familia encargada de los asuntos del oikos. La Sra Goebbels encarna ese modelo hasta el paroxismo: así como administró la génesis y el desarrollo de la vida de sus hijos, decide también sobre el fin de sus existencias -fin como cesación, pero también como sentido último-. Esta bifurcación semántica va a confluir en una decisión radical, consecuencia lógica del razonamiento desolador de la Sra Goebbles: la vida de la especie, así como sus formas espirituales, no tienen sentido en un mundo sin nacionalsocialismo. Por eso, esos niños hitlerianos serán envenenados uno a uno por su madre, en un ritual de filicidio que la película despliega para construir la figura de la revolucionaria nacionalsocialista: una mujer dispuesta a subvertir las reglas reproductivas del oikos eliminado a su prole y suicidándose, ante el inminente fracaso del proyecto civilizatorio augurado por el nacionalsocialismo. Es así como las prioridades del agora (espacio desbordado en la Alemania nazi por la voluntad infinita del fürer) irrumpen en el mundo del oikos nacionalsocialista, y se erige este tipo de revolucionario mesiánico que ambiciona cambiar el mundo de raíz, y tiene para ello un diagnóstico sobre cuáles son las malezas a erradicar***. En definitiva, el carácter reaccionario, racista y genocida de esta experiencia que lo humano**** configuró en el siglo XX, habría sido impensable y muy poco factible en términos prácticos sin una elite mesiánica que encarnara dicho proyecto.Finalmente, si La Caída elige ladear el drama del Holocausto, es para desmontar los cimientos sobre los que se edifica la cámara de gas, recordando que el pueblo que consintió el genocidio fue un pueblo de hombres en guerra y las elites lo perpetraron, una cohorte de individuos que comulgaban en un proyecto civilizatorio (racista y expansionista). Recrear la perspectiva de los protagonistas de la historia, documentar la sensatez y factibilidad de sus convicciones dentro de su horizonte de racionalidad, más que una estrategia de justificación por parte de la película, es un llamado de atención a nuestras buenas conciencias, un alerta sobre ese algo más que siempre apuntala a las experiencias más atroces de lo humano.
I.- El hijo de la patria: ese niño dispuesto a morir destruyendo tanques rusos en la batalla de Berlín, contrariando el mandato de un padre ex-combatiente que denuncia el sinsentido de su inmolación en una guerra perdida. Pues bien, el niño finalmente sobrevive. Llegará, incluso, a conocer su patria en la posguerra. Sólo entonces se suicidará. Así lo denunció Rossellini en su Alemania año cero, retratando un país devastado por los bombardeos aliados, que regaron de muerte a las poblaciones civiles buscando erradicar del globo la historia, la cultura y la arquitectura alemanas. (Ese diluvio letal desatado entonces no ha cesado aún, sino que se ha extendido a nivel planetario. Nuestros días transcurren atenazados por los mismos demiurgos de la libertad, que complementan hoy los misiles democráticos con la ingeniería concentracionaria que dijeron combatir otrora).En definitiva, la figura del hijo de la patria permite desdoblar el pliegue que oculta tras la ilimitada vocación expansionista de la elite nazi, la empresa de un pueblo, el pueblo alemán combatiendo en guerra, una vez más**.
II.- El médico de guerra: un oficial de las SS que desobedece las órdenes de sus superiores para asumir un compromiso humanitario con su pueblo. La película construye una figura de heroísmo en torno al médico de guerra, que se erige en contraste con la política y las prácticas de los mandos superiores nacionalsocialistas, especialmente contra la decisión de Goebbels de crear cuerpos paramilitares destinados a eliminar desertores y judíos en la cuenta regresiva del régimen para su derrota. Por lo tanto, en la figura de este médico -es decir, de este oficial de la policía himmleriana que gestionó del genocidio- encontramos ¿paradójicamente? encarnada una búsqueda angustiosa de lo humano. Aunque la perplejidad de su rostro, sus ojos desorbitados y la mirada ausente nos recuerden que el horror nazi no es sino la potencia de lo humano actualizada en una de sus posibles especies, un ejemplar demasiado humano.
III.- La revolucionaria nacionalsocialista: el modelo nazi de femineidad se inscribe en la tradición premoderna de la madre de familia encargada de los asuntos del oikos. La Sra Goebbels encarna ese modelo hasta el paroxismo: así como administró la génesis y el desarrollo de la vida de sus hijos, decide también sobre el fin de sus existencias -fin como cesación, pero también como sentido último-. Esta bifurcación semántica va a confluir en una decisión radical, consecuencia lógica del razonamiento desolador de la Sra Goebbles: la vida de la especie, así como sus formas espirituales, no tienen sentido en un mundo sin nacionalsocialismo. Por eso, esos niños hitlerianos serán envenenados uno a uno por su madre, en un ritual de filicidio que la película despliega para construir la figura de la revolucionaria nacionalsocialista: una mujer dispuesta a subvertir las reglas reproductivas del oikos eliminado a su prole y suicidándose, ante el inminente fracaso del proyecto civilizatorio augurado por el nacionalsocialismo. Es así como las prioridades del agora (espacio desbordado en la Alemania nazi por la voluntad infinita del fürer) irrumpen en el mundo del oikos nacionalsocialista, y se erige este tipo de revolucionario mesiánico que ambiciona cambiar el mundo de raíz, y tiene para ello un diagnóstico sobre cuáles son las malezas a erradicar***. En definitiva, el carácter reaccionario, racista y genocida de esta experiencia que lo humano**** configuró en el siglo XX, habría sido impensable y muy poco factible en términos prácticos sin una elite mesiánica que encarnara dicho proyecto.Finalmente, si La Caída elige ladear el drama del Holocausto, es para desmontar los cimientos sobre los que se edifica la cámara de gas, recordando que el pueblo que consintió el genocidio fue un pueblo de hombres en guerra y las elites lo perpetraron, una cohorte de individuos que comulgaban en un proyecto civilizatorio (racista y expansionista). Recrear la perspectiva de los protagonistas de la historia, documentar la sensatez y factibilidad de sus convicciones dentro de su horizonte de racionalidad, más que una estrategia de justificación por parte de la película, es un llamado de atención a nuestras buenas conciencias, un alerta sobre ese algo más que siempre apuntala a las experiencias más atroces de lo humano.
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* La miopía es esa anomalía óptica que acota nuestro campo visual, efecto que empeora con la llegada de la noche. La cámara de gas se erige, entonces, como un muro de oscuridad, como un velo nocturno, que agudiza nuestra miopía (contraída al confundir explicación con justificación) y nos dificulta la tarea de intelección de una experiencia límite y atroz como el nazismo.
* La miopía es esa anomalía óptica que acota nuestro campo visual, efecto que empeora con la llegada de la noche. La cámara de gas se erige, entonces, como un muro de oscuridad, como un velo nocturno, que agudiza nuestra miopía (contraída al confundir explicación con justificación) y nos dificulta la tarea de intelección de una experiencia límite y atroz como el nazismo.
** Aunque también en este punto Hirschbiegel polemiza con las interpretaciones unilaterales acerca de la experiencia nazi, y lo hace introduciendo el discurso del personaje Hitler/Goebbels, que viene a poner en entredicho la inocencia e incredulidad del pueblo alemán: "no forzamos a las personas dice Goebbels-, nos dieron un mandato. Y ahora lo están pagando".
*** Bauman considera que la racionalidad del nazismo es la de la jardinería, la cual busca eliminar las especies nocivas, pero fundamentalmente ambiciona modelar su materia a partir de parámetros estéticos. Las experiencias totalitarias habrían dispuesto una ingeniería jardineril sobre sus sociedades, apoyadas en el supuesto de que los colectivos pueden ser podados y tutelados a voluntad y en todos sus aspectos (Modernidad y Holocausto).
**** Es válido el reparo de concritud que anteponen las humanidades a este tipo de especulaciones: lo humano que nutrió las bases sociales del nazismo se descompone en actores económicos, religiosos, militares y de la sociedad civil. Pero también es válido seguir inscribiendo a estos actores, implicados con frecuencia en los proyectos de exterminio, en el campo de lo humano, ese terreno siempre ávido de fertilizantes monstruosos.
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