Nuestro nombre

Pasaban los meses y el proyecto nos seguía pidiendo un nombre. Cada vez que lo comentábamos con alguien aparecía el enorme agujero. Casi como un capricho, la cuestión identitaria se presentó como algo relevante. Necesitábamos un nombre que trasladara una idea precisa y determinara el sentido de nuestra propuesta. No conseguirlo era como sentir adentro el voraz crecimiento de un horrible feto gris. Era como ser Lynch. La situación, podrán apreciar, nos ponía nerviosos.

Finalmente el nombre que salió fue tan preciso que nos hizo temblar. ¿Por qué lo elegimos? En su momento no pudimos encontrar respuestas concluyentes: sólo sabíamos que lo provocaba nuestra fascinación por Hitchcock y puntualmente la sensación que nos deja su cine al hacernos testigos indiscretos de la realidad que nos muestra.

Sólo hoy podemos decir que la captación intuitiva de esa verdad hitchcockiana finalmente se convirtió en idea. El análisis de Julio Cabrera de La ventana indiscreta aportó las palabras precisas para tal definición: en Cine: 100 años de filosofía este filósofo cordobés, sostiene que Jeffreys, entrañable personaje encarnado por James Stewart, es un neto símbolo del filósofo. Se trata de un perspicaz fotógrafo acostumbrado a comprometerse con la realidad que, obligado por una fractura en una de sus piernas, debe permanecer postrado en la cama espiando a sus vecinos por la ventana. El ocio y la sentida distracción de contemplar una realidad exterior (de la que es perfecta metáfora la ventana) son precisamente las condiciones bajo las que un filósofo despliega sus quehaceres connaturales.

No hay comentarios: