Cloverfield: Godzilla en Nueva York
por Francisco J. Goin
Ojo al parche con Cloverfield (Monstruo, 2008). El cementerio intelectual de El Amante-Cine la hace mierda en siete renglones; una nota anónima de la agencia EFE, fechada en Enero de este año en México, habla de su “infima materia argumental”, además de informarnos que es una “película hueca”, que “tiene ambiciones de superproducción con sólo 30 millones de dólares de presupuesto”, etc. Para colmo, los que la elogian parecen recién salidos del cotolengo. Hablan de la “intensidad” y “originalidad” del monstruo, de los “brillantes” movimientos de la cámara, etc. Es obvio que algo los ha impactado, si bien no saben bien de qué se trata, cosa que en todo caso no los afecta porque parecen haberse olvidado de la peli ni bien salieron del cine. Los sitios web empeñados en ofrecer datos técnicos de la película son sencillamente delirantes. Dedican párrafos enteros a informarnos sobre la campaña de “marketing viral” que lanzaron los productores para dar a conocer la película, o a mostrarnos los sitios web alternativos (que mayormente nos informan sobre la campaña de “marketing viral”), o comentan el argumento de Cloverfield (para saltar inmediatamente a la campaña de “marketing viral”). Unos cuantos críticos comienzan comentando las “obvias reminiscencias del 9-11” en Cloverfield, más que nada para parecer inteligentes antes de dedicarse de lleno a comentar la campaña de “marketing viral”. Lamento comunicarles que en las líneas que siguen no hablaremos de la campaña de “marketing viral”, pero sí de Cloverfield, con argumento y final incluido, así que quienes todavía creen que desconocer el argumento tiene alguna importancia antes de ver una película pueden saltearse el siguiente párrafo. Como siempre, si les interesan los datos técnicos de Cloverfield, a mí no me miren; vayan a Internet.
La cosa transcurre en Manhattan, corazón de Nueva York. Rob acaba de ser elegido vicepresidente de alguna compañía y está por irse de viaje a Japón. Su hermano Jason, la novia de este último (Lily) y su amigo Hud le organizan una fiesta de despedida. Otros que se destacan en el elenco son Beth, amiga de la infancia y amor platónico (y no tan platónico) de Rob, así como también la bella Marlene, de aspecto levemente lisérgico, una descolgada a la cual Hud le tiene ganas desde siempre. La fiesta transcurre sin grandes sobresaltos hasta que un monstruo salido de la Bahía de Hudson, del tamaño de un rascacielos, comienza a destruir Manhattan. El resto de la peli muestra las peripecias de nuestros amigos mientras intentan, en primer lugar, escapar de la Gran Manzana; luego, volver a ella para rescatar a Beth. Mueren todos. Es una película nocturna, de tonos pastel, con predominancia de amarillos pálidos (los interiores) y verdes oscuros (los exteriores). El estilo de filmación es vertiginoso, violento, quirúrgico, a la manera de un prodigioso plano secuencia (en realidad no lo es, pero parece). Es que la película simula una filmación casera, a la manera de las que abundan en You Tube, con una videocámara manejada por Hud. Pero el gran mérito de esta peli son sus imprecisiones aparentes. El monstruo está y no está; el amor está y no está; la aventura está y no está. Ya van a ver.
El sitio web oficial del la película Cloverfield muestra un afiche de apariencia dantesca: bajo la luz mortecina de un cielo lleno de nubarrones, aparece en primer plano la Estatua de la Libertad, descabezada. Al fondo, el perfil urbano de Manhattan envuelto en el humo de incendios diversos, onda September Eleven. El pie del afiche incluye una frase enigmática, que simplificaremos con: “Algo nos ha encontrado”, aunque su traducción correcta debería ser: “Alguna cosa nos ha encontrado” (“Some thing has found us”). Ciertamente, hay referencias a la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center en varios pasajes de esta peli. En uno en particular se nos recuerda, con la caída de la Torre Chrysler, la cascada de humo y polvo a ras del suelo que hemos visto tantas veces en los noticieros de aquella Nueva York de Septiembre de 2001. Hombres y mujeres de rostros desencajados corriendo por las calles, gritos incomprensibles, polvo y ceniza en el ambiente, horror e incredulidad en las miradas. El monstruo se nos va revelando de a poco, apenas unas sombras al comienzo, cuando todavía se habla de temblores telúricos o de un posible nuevo atentado. Digámoslo de una vez: la fugacidad del monstruo es ostensible.
Un segundo dato significativo de esta película es la intencionalidad documental de los protagonistas. Lo dice Hud varias veces, empezando por la escena de la fiesta: “Hay que documentar todo”, “Debo documentarlo”, y cosas así. En la última escena, Rob toma la cámara y se filma a sí mismo y a su novia. Dice sus nombres y los de sus amigos, dice lo que ha pasado, lo que cree que ha pasado, y señala que la filmación podría ser útil a quienes los sobrevivan. Relevante para este ensayo es la nula visión objetiva de los hechos; casi siempre vemos el punto de vista individual de Hud, quien, cámara en mano, nos muestra los sucesos tal cual lo vieron sus propios ojos. En ningún momento se nos muestra un plano general estático; la velocidad de la cámara es la propia cabeza de Hud, que gira y avanza, a veces frenéticamente, en casi todas las escenas.
Un tercer dato es engañoso. En la versión DVD de Cloverfield, su productor dice que, estando en Japón en compañía de su hijo, le llamó la atención la cantidad de muñecos de Godzilla que había en las jugueterías. (Parece que son innumerables las películas que, ya desde la década de 1950, atosigan a los japoneses con las imágenes de un monstruo, generalmente un saurio gigante, bípedo e impiadoso, dedicado a la minuciosa destrucción de Tokio y alrededores). Pensó entonces que, más allá de King Kong, el imaginario cinematográfico de Nueva York carecía de un monstruo similar. Cloverfield vendría a ser la solución a esta carencia. De hecho, la película hace elípticas referencias en este sentido. Ya desde el comienzo se nos informa que Rob viaja a Japón. Abundan los ideogramas orientales. La música que suena en los títulos del final fue inspirada en una de las versiones japonesas de Godzilla. Y sin embargo, mis amigos, Cloverfield es otra cosa. Esta idea se refuerza cuando vemos que el productor de esta peli es el mismo de la serie Lost, un bodrio que, a fuerza de no decir nada, mantuvo en vilo a los espectadores australianos algo así como cuatro temporadas (¿Qué está pasando en Australia?). En síntesis, lo que diga el productor nos tiene sin cuidado.
Volvamos a Cloverfield. En una escena espectacular, se muestra la enorme cabeza de la Estatua de la Libertad aterrizando a los golpes en una calle de Manhattan. Gritos y horror entre los transeúntes. A los pocos segundos, sin embargo, vemos a varios de ellos con sus celulares en alto, fotografiando la cabeza abollada como si se tratara de un punto turístico adicional de la ciudad. Hemos visto cosas así en nuestra vida diaria. Por ejemplo, un accidente, un choque de autos. Hay fierros rotos, sangre en los parabrisas, algún grito ahogado. Parte de los transeúntes trata de separar los vehículos, o de socorrer a los accidentados, o de llamar una ambulancia. Otros, en cambio, sacan sus celulares o cámaras fotográficas, y se dedican a fotografiar, a documentar el hecho como si eso constituyera parte esencial de la vida cívica del Hombre Contemporáneo. Muchos habitantes de Buenos Aires documentaron la inusual nevada de Julio de 2007. Miles de imágenes digitalizadas fueron enviadas a los medios por vía electrónica, lo que permitió que los medios retransmitieran las imágenes en los noticieros, lo que a su vez permitió que esos y otros habitantes verificaran la realidad de la nevada. Otros, los menos, hicieron muñecos de nieve.
Nadie, en Cloverfield, tiene mucha idea de lo que está pasando. Nadie sabe qué es exactamente el monstruo, de dónde viene, por qué está en Manhattan, por qué está destruyendo todo. El acontecimiento más notable de la vida de Rob, Hud, Lily, Jason, Beth y Marlene, entre otros millones de neoyorquinos, sencillamente sucede, acaece. A lo sumo será documentado, nunca interpretado. En algún momento escuchamos a Hud preguntarse si el monstruo ha salido de una nave espacial, o si emergió de las profundidades oceánicas, pero a esa altura de la peli sabemos que Hud es el bobo del grupo, el chismoso, el que hace chistes fuera de lugar o no sabe cómo abordar a Marlene (tan sólo puede filmarla, documentarla). Ningún otro miembro del grupo le dedica uno o dos segundos (en una película de 90 minutos) al monstruo en sí. ¿Qué cosa es ese bicho? Se actúa sobre la base de la circunstancia, la consecuencia. Un militar, hacia la mitad de la película, les dice: “Sea lo que sea esta cosa, va ganando”. El propio director de esta película declina cualquier comentario visual, cualquier sugerencia más o menos global sobre los hechos. Mejor dicho: se interna decisiva, exclusiva, intencionadamente en el punto de vista de Hud (y, antes y después, en el de Rob), en el enfoque y movimientos de su cámara portátil, como diciendo que no hay otro punto de vista que el de su personaje menos notorio. El director nos está diciendo que lo que hay es lo que se ve, mejor dicho, lo que Hud alcanza a ver. Algo así como: “Hola, ¿qué te ha pasado hoy, Hud?”. “Bueno, estuve en la fiesta de Rob, luego me la quise voltear a Marlene, después apareció un monstruo del tamaño de un rascacielos y al final nos morimos todos”.
“Se trata de una metáfora sobre nuestra época”, nos dice Matt Reeves, director de Cloverfield. Es sumamente interesante que diga “epoca”, y no “sociedad”, o “Nueva York”, o cualquier otro mote por el estilo. Ocurre que se nos ha hecho creer, en los últimos veinte años, que realmente vivimos en el Fin de la Historia. Que las cosas simplemente, fukuyamamente, suceden, que las políticas económicas o sociales mansamente acaecen, que lo único que nos queda por hacer es registrar la realidad para verificar su existencia. Como si la visión de algo fuera su comprensión final, ya no digamos su alteración o mejoramiento. ¿Constituye un disparate sostener que Reeves nos está señalando la trampa de una época salvajemente conservadora?
Uno de los problemas que tiene Cloverfield para los críticos es su compleja clasificación. En algunos sitios aparece dentro del grupo de las películas “de monstruos”. En otros, en las de “ciencia ficción”. Al menos para un crítico debería incluirse en el rubro “realismo épico”. Otros eligen abiertamente la categoría “Godzilla-like movies”. Aquí proponemos una nueva: “Visiones alternativas a las del Pensamiento Único”.
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Sumario
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- 005
- 006
- 008
- 009
- Actividades
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- Editoriales
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