Homo Natura

por Santiago García Romero

Quien desee convertirse en un oborot (uno transformado), habrá de buscar en el bosque un árbol caído; deberá pincharlo con un pequeño cuchillo de cobre, y caminar alrededor del árbol repitiendo el siguiente hechizo:
Sobre el mar, sobre el océano, sobre la isla, sobre Bujan,
sobre los pastos vacíos luce la luna, sobre un tronco de fresno caído
en un bosque verde, en un oscuro valle.
Cerca del tronco vaga un lobo hirsuto,
en busca de ganado vacuno para sus agudos colmillos;
pero el lobo no entra en el bosque,
pero el lobo no se sumerge en el valle sombrío,
¡luna, luna de cuernos de oro,
detén el vuelo de las balas, embota los cuchillos de los cazadores,
rompe los cayados de los pastores,
derrama un violento terror sobre todo el ganado,
sobre los hombres, sobre todo lo que se arrastra,
que no puedan coger al lobo gris,
que no puedan desgarrar su piel caliente!
¡Mi palabra es vinculante, más vinculante que el sueño,
más vinculante que la promesa de un héroe!
A continuación se salta tres veces por encima del árbol y corre al interior del bosque, transformado en lobo.

Las culturas llamadas no antropófagas practican la antropofagia simbólica y lo mismo construyen lo más elevado de su socius, incluso la sublimidad de su moral, de su política y de su derecho, sobre esta antropofagia. […] ¿Qué hay que comer?, ¿cómo regular esta metonimia de la introyección? Y ¿en qué la formulación misma de estas preguntas en el lenguaje da todavía de comer? ¿En qué la pregunta, si quieres, es todavía carnívora?

Jacques Derrida ‘Il faut bien manger' ou le calcul du sujet



La traición de una estética comienza por los dictados del idioma. Hitler vio la política como una experiencia estética sublime cuya contracara antropofágica Hirschbiegel retrata en cuerpos mutilados, cenas dantescas de guante blanco en cuya cabecera se sienta paradójicamente un vegetariano cuya inclinación hacia la naturaleza termina por asimilar al hombre a las leyes mas extremas del darwinismo social de corte racista-biologicista. Aquella Kriegsideologie que se expandió por la Europa de entreguerras, cuyo lema fue “nunca estuvimos tan unidos como durante la guerra”, alternaba en el caso nazi aquellas visiones irracionalistas y racionalizaciones cientificistas de la apelación a la pureza y naturaleza con la idea de la primacía ontológica del idioma alemán, la idea del espacio vital con la idea de sangre y territorio reflejadas en el blanco y negro del símbolo sobre un campo rojo de sangre. Ambas se unen en la apelación al primitivo origen común, al Ur-sprung.
Lo simbólico y su frontera, el corte, la sangre, el contraste de la voluntad ineludible de la escritura, del negro sobre blanco del símbolo y signos del dictado intraducible de un dictador y del cálculo de un sujeto son los conceptos base que me interesa rescatar para este artículo, retomando las ideas del anterior basadas en el extracto de Derrida y combinadas con la idea del lobo interior, del salto a lo primitivo, en el bosque, sobre un tronco, en el Ursprung.

Cálculo

Kriegsideologie, idelogía de la guerra. Añoranzas de unidad nacional en tiempos de turbulencia política interna, dan inicio al cálculo del sujeto, de un sujeto, un Führer, un pueblo y un Reich cuya unidad final deviene suma cero cuando lo añorado finalmente arriba golpeando ad portas. Führer + pueblo + Reich =1 es El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl, la mirada de la unidad y uniformidad, la asimilación de lo otro y de la diferencia en la mismidad de la unidad. Hirschbiegel nos muestra el anverso desgastado de la moneda de ese cálculo donde la reducción de los dos últimos términos culmina con la anulación del primero. La línea fronteriza pasa ya por la capital, por la cabeza. Es La caída.

El idioma

El título elegido en castellano para Das Untergang refleja sólo el hecho, la caída en cuenta del cálculo del sujeto: la realidad. La mirada de Hirschbiegel va más allá. En cierto sentido, la traducción traiciona el dictado del autor, del artista, del dictador; temática recurrente a lo largo del film. Ese más allá es paradojal. Hirschbiegel retrata con realismo descarnado escenas de una irrealidad crepuscular; el resultado es una obra como una tierra de nadie donde la estética del director y del dictador se juegan, se apropian y reapropian las ruinas de la realización y lo real. La irreal atmósfera wagneriana de “descenso”, “crepúsculo” o “decadencia” aquello que da el salto, el juego entre contrastes en el film; Untergang, finalmente, que parte de unas escenas de escritura, de blancos sobre negros, de contraste de voluntades.
Es la noche, la decadencia del dictador. En efecto, Hitler en 1942 no puede ya dictar correctamente. Un Hitler humano en el entorno boscoso de la guarida del lobo: sabe que sus dictados no pueden traducirse claramente en letra escrita. Su tono es calmo, sereno.
Corte. Salto. Contraste. Cambio de escena. Hitler es ahora un lobo guarecido dictando órdenes que se traducen en el viento. Es el lobo en la jaula que aúlla el idioma superior. Los escritos llegan por teletipo pero la realidad no. Sus dictámenes no son contemplados, ni sus errores. Su testamento político no muestra signos de arrepentimiento. El hombre es el lobo del hombre. Ad-olf condena a su pueblo a la inanición, mata a Wolfie, su perro, a su mujer, anulada…, se suicida. Asimilación bestial. Antropofagia mundial. Vuelta al estado de naturaleza. Esquizofrenia. Receta rusa para un hombre lobo. ¿Por qué elegir este contraste entre escenas del humano y la bestia?
La sangre

Suma cero del cálculo de un sujeto: asimilación, devorar, comer. Y de eso se trata: nunca es sino la contracara de la misma moneda, del mismo shiaozi que vimos en el artículo anterior. El límite de lo humano y su definición pasa por la línea de corte del sacrificio. Lo más elevado del socius, no encubre sino simbólicamente la antropofagia, incluso en su denegación. No extraña tampoco que Hirschbiebel escoja una escena íntima, una charla a la mesa y enfoque los platos de comida con carne, y al Führer con una melange indefinida de vegetales, para mostrar la paradoja del vegetariano, quien sacrifica el sacrificio animal, un gesto moral y simbólico que no encubre sino la antropofagia real que el discurso y el idioma no pueden silenciar. Poco importa el límite, las fronteras, los bandos. Yo moriré, todos morirán. La escena posterior, la última cena, ravioles, shiaozi en salsa roja. Pulso que tiembla al límite. Cero.

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