La historia de la versión músical de Aniceto


por Eliana Mariano

Plano general de la calle del pueblo de Aniceto. Una voz en off pronuncia el nombre del film, que es casi una síntesis del argumento. Un colectivo que dice “Mendoza” se acerca a lo lejos. Panorámica horizontal lenta que termina en la figura de Aniceto, recostado en la pared, como el tango. Los pasajeros bajan, la Francisca camina lento. Primer plano de Aniceto que la mira irse. Plano general, la Francisca que se detiene a mirar una vidriera. Primer plano de Aniceto, la mira. Plano medio de la Francisca reflejada en el escaparate, le devuelve la mirada. Primer plano de Aniceto, zoom que se aleja a plano medio. Contraplano del reflejo de la Francisca que se sonroja y baja la mirada, y después la sube. Aniceto, no la mira, se anima y la vuelve a mirar. El reflejo le sonríe. Aniceto sonríe. Primer plano de la Francisca, ya no reflejada, sonriendo. Aniceto encara en un travelling horizontal. Primer plano de la Francisca, rompiendo el raccord de miradas. Aniceto que avanza. La Francisca en un travelling giratorio, el mismo recurso que usara Favio para presentar a Griselda en Nazareno Cruz. Aniceto. La Francisca. Las miradas. La Francisca mira decidida a cámara. Corte directo. Plano de la espalda de Aniceto, y la Francisca, desnuda en sus brazos.
Así nomás, seco, sencillo. La elipsis aparece porque no hay nada que decir. Como cuando más tarde Aniceto le pida que se mande a mudar, que se terminó, y la Francisca agarra sus cosas y se va, pocas palabras, chau. Gente simple, acostumbrada a sufrir.
Los sucesos en “El romance…” se van narrando sin adornos, uno tras otro, pasan. La narración es fragmentada, y las elipsis resguardan el hermetismo de ese pueblo y de esos personajes, sin juzgarlos. Si no se pueden explicar las palabras quedas del discurso provinciano, por qué llenarlas de melodrama.
¿De qué modo podría insertarse el ballet en ese mundo chiquito y polvoriento que es el pueblo de Aniceto?
En “El romance…” el sainete criollo -que trae diversión, reunión y también peligro, porque Aniceto conoce a Lucía en el teatro- es el género extra-cinematográfico que aporta espectáculo, pero sin violentar la diégesis, ya que se ajusta al realismo del film y forma parte del universo de la narración .
En “Aniceto”el ballet introduce el espectáculo a partir de un soporte que no es propio del contexto diegético, es más, es probable que ni el Aniceto ni la Francisca hayan tenido la posibilidad alguna vez en sus vidas de ver una obra de ballet. El baile aparece como un chiste triste que encima, viene para expresar la interioridad de los personajes, sus lamentos en la soledad, sus pensamientos, sus pasiones. El ballet que choca abruptamente con la rusticidad aguileña del personaje-Aniceto, imposible imaginarlo sin ternura intentando ponerse en puntas.
Y no sólo eso, el baile viene a llenar todas esas elipsis que “El romance…” elige no contar, por pudor, por amor, por respeto a sus personajes.
Porque, cuando a la Francisca en “El romance…” se la ve desaparecer en la oscuridad, callada como llegó, cuando Aniceto le pide que se vaya de la piecita porque ahora tiene a Lucía, la cámara la respeta, la deja que se vaya y llore tranquila, pobre sirvientita.
En cambio en “Aniceto”, ahí la vemos patética, cocinándole el último puchero, dejándole al Aniceto unos pesos en la latita, y bailar, bailar y llorar en ese monte de cartón.
Tampoco había obscenidad en “El romance…” Los cuerpos desnudos eran los cuerpos que buscaba Pasolini en la Trilogía de la Vida, una desnudez popular, llana, no erótica; el último lugar de resistencia al consumismo capitalista.
En “Aniceto”, los cuerpos trabajados de los bailarines, entreverados en un coito bailado sobre fondo negro y, sobre todo, la masculinidad impostada de Piquín, quedan lejos de aquel romance popular entre el gallito del pueblo y la lindita de ojitos al carbón. El ballet trae una grandilocuencia que insulta, porque no es cierto que lo popular y el arte elitista puedan ser concubinos sin conflictos.
Y, lo peor de todo, la cámara bella, única, imposible de Favio, queda atada al plano general y a los pies de los bailarines.
En el único momento que la elipsis permanece en “Aniceto” es en el que menos lo hubiera deseado, la escena de la milonga. Como trabajé de extra en la filmación, esperaba en el cine encontrarme en el tumulto de bailarines, pero mi estrellato quedará para otra vez: del pueblo bailando, Favio sólo elige mostrar las sombras que pasan por la cara de Aniceto. Y es que quizás sea justamente eso lo que queda fuera: se responden las ausencias y se expulsa lo local.
Quizás las comparaciones entre una de las primeras películas de Favio, de su trilogía blanco y negro, más intimista y autobiográfica, con una película del Favio maduro, posterior a la trilogía de color y espectáculo, sea un poco injusto.
Pero cuando me enteré de que Favio iba a realizar una remake musical de mi película favorita de Favio, pensé que ni él tenía derecho a hacerlo, porque a “El romance…” no hay nada que agregarle y, mucho menos, positivizar sus elipsis con ballet. Aunque también recordé una frase de Picasso, “si cualquiera puede pintar falsos picassos, ¿por qué no puedo hacerlo yo?. Y algo de eso hizo Favio.

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