Por Alvaro Fuentes
El código Da Vinci y El nombre de la rosa se prestan a la comparación porque caen bajo un mismo subgénero de películas que podríamos llamar “de intriga político-religiosa”. Por otra parte las dos adaptan novelas, aunque prefiero no adentrarme en eso primero porque solo vi las películas y segundo porque pienso que, aún adaptando novelas, siguen siendo películas y por lo tanto pueden y deben ser examinadas como tales.
En la película El código Da Vinci todo está traído de los pelos. Un ejemplo es el personaje de un erudito inglés que en cierto momento aparece de la nada y rápidamente pasa a ocupar un rol preponderante en la trama. Que se termine convirtiendo en malo (o al menos en uno de los tantos y difusos malos que aparecen a lo largo del filme) es la gota que rebalsa el vaso, pero antes de su entrada en escena la trama viene siendo más o menos la siguiente: Tom Hanks, recién llegado de Estados Unidos, maneja un auto por una ruta de Francia escapando de la policía francesa. De repente recuerda que tiene un amigo (el personaje en cuestión) viviendo en Francia. La escena se corta e inmediatamente Tom Hanks y la chica que lo acompaña en el auto aparecen frente al portón de la mansión del amigo. Todo es inverosímil: no solo que lleguen sin dificultades a la mansión cuando instantes atrás los perseguía la policía, sino también que el amigo resulte ser un experto en descifrar símbolos antiguos (que para el espectador, vale aclarar, nunca dejarán de ser un misterio indescifrable).
La claustrofobia de Tom Hanks es otro recurso traído de los pelos. Como espectadores, primero nos enteramos de que en los ascensores el protagonista siente asfixia. Después que no es solo en los ascensores sino en todo ámbito cerrado herméticamente. Y cerca del final que de chiquito habría quedado atrapado en un profundo pozo de agua en el que tuvo que mantenerse a flote por horas sin tener de donde agarrarse. Lo cierto es que todo ese pasado traumático que repercute en el presente del protagonista, para colmo presentado en tono de misterio, si directamente no estuviera a la película no le afectaría en nada. Probablemente en la novela el mismo perfil psicológico del protagonista (sé que está) tenga algún sentido y enriquezca el relato, pero en la película está traído de los pelos. En El nombre de la rosa el pasado de Guillermo, que también es presentado envuelto en un halo de misterio, como un pasado traumático que el protagonista mantiene en secreto, se conecta sin embargo de manera determinante con el presente de la historia. El mismo inquisidor que en el pasado lo torturó por decir la verdad ahora lo amenaza con volver a castigarlo si nuevamente intenta revelar la verdad de las muertes en la abadía. El pasado cobra una presencia dramática en el presente, de modo que el perfil psicológico del protagonista en este caso no sobra sino que enriquece la historia.
No es que El nombre de la rosa no tenga defectos y que su trama se desarrolle sin imperfecciones. De hecho la salida de los dos protagonistas de la biblioteca-laberinto queda sin explicar. Alguien podría apelar al argumento de que Adso toma la precaución de atar el hilo de su sotana en una de las cámaras del laberinto para poder retomar a la vuelta el mismo camino, pero lo cierto es que cuando se le ocurre atar el hilo ya está perdido, lo que implica que aún volviendo al punto desde donde parte el hilo el desafío de salir del laberinto aún no está resuelto. Tampoco está bien contado cómo, en otro momento de la película, Guillermo sale de la biblioteca sin morir incinerado. Pero el director toma antes la precaución de mostrar a Adso pidiendo a Dios para que su maestro salga ileso del peligro. Son deslices narrativos que seguramente Annaud vio y que podemos perdonarle porque no atentan contra la solidez y contundencia del conjunto de la historia.
Puede verse también que El nombre de la rosa recurre, aunque una única vez, al típico recurso de película de aventuras en la que el protagonista descubre un botón, dentro de una cavidad ocular de una calavera tallada en la pared, con el que se abre un pasadizo secreto. Pero este recurso resulta creíble porque para llegar a ese botón los protagonistas antes tuvieron que poder ver al sospechoso bibliotecario salir, intentando no ser visto, de la sala dentro de la cual estaban talladas esas calaveras. El problema hubiese sido recurrir a recursos trillados pero sin enmarcarlos en un contexto explicativo más sutil y verosímil. El problema hubiese sido recurrir indiscriminadamente a recursos trillados, sin darles contexto, como lo hacen muchas películas hechas solo para vender, como es el caso de El código Da Vinci sobre todo en las escenas en que los protagonistas descifran códigos secretos. Dichas escenas parecen todas iguales, no se entienden y las olvidamos rápidamente porque no son significativas.
El código Da Vinci y El nombre de la rosa se prestan a la comparación porque caen bajo un mismo subgénero de películas que podríamos llamar “de intriga político-religiosa”. Por otra parte las dos adaptan novelas, aunque prefiero no adentrarme en eso primero porque solo vi las películas y segundo porque pienso que, aún adaptando novelas, siguen siendo películas y por lo tanto pueden y deben ser examinadas como tales.
En la película El código Da Vinci todo está traído de los pelos. Un ejemplo es el personaje de un erudito inglés que en cierto momento aparece de la nada y rápidamente pasa a ocupar un rol preponderante en la trama. Que se termine convirtiendo en malo (o al menos en uno de los tantos y difusos malos que aparecen a lo largo del filme) es la gota que rebalsa el vaso, pero antes de su entrada en escena la trama viene siendo más o menos la siguiente: Tom Hanks, recién llegado de Estados Unidos, maneja un auto por una ruta de Francia escapando de la policía francesa. De repente recuerda que tiene un amigo (el personaje en cuestión) viviendo en Francia. La escena se corta e inmediatamente Tom Hanks y la chica que lo acompaña en el auto aparecen frente al portón de la mansión del amigo. Todo es inverosímil: no solo que lleguen sin dificultades a la mansión cuando instantes atrás los perseguía la policía, sino también que el amigo resulte ser un experto en descifrar símbolos antiguos (que para el espectador, vale aclarar, nunca dejarán de ser un misterio indescifrable).
La claustrofobia de Tom Hanks es otro recurso traído de los pelos. Como espectadores, primero nos enteramos de que en los ascensores el protagonista siente asfixia. Después que no es solo en los ascensores sino en todo ámbito cerrado herméticamente. Y cerca del final que de chiquito habría quedado atrapado en un profundo pozo de agua en el que tuvo que mantenerse a flote por horas sin tener de donde agarrarse. Lo cierto es que todo ese pasado traumático que repercute en el presente del protagonista, para colmo presentado en tono de misterio, si directamente no estuviera a la película no le afectaría en nada. Probablemente en la novela el mismo perfil psicológico del protagonista (sé que está) tenga algún sentido y enriquezca el relato, pero en la película está traído de los pelos. En El nombre de la rosa el pasado de Guillermo, que también es presentado envuelto en un halo de misterio, como un pasado traumático que el protagonista mantiene en secreto, se conecta sin embargo de manera determinante con el presente de la historia. El mismo inquisidor que en el pasado lo torturó por decir la verdad ahora lo amenaza con volver a castigarlo si nuevamente intenta revelar la verdad de las muertes en la abadía. El pasado cobra una presencia dramática en el presente, de modo que el perfil psicológico del protagonista en este caso no sobra sino que enriquece la historia.
No es que El nombre de la rosa no tenga defectos y que su trama se desarrolle sin imperfecciones. De hecho la salida de los dos protagonistas de la biblioteca-laberinto queda sin explicar. Alguien podría apelar al argumento de que Adso toma la precaución de atar el hilo de su sotana en una de las cámaras del laberinto para poder retomar a la vuelta el mismo camino, pero lo cierto es que cuando se le ocurre atar el hilo ya está perdido, lo que implica que aún volviendo al punto desde donde parte el hilo el desafío de salir del laberinto aún no está resuelto. Tampoco está bien contado cómo, en otro momento de la película, Guillermo sale de la biblioteca sin morir incinerado. Pero el director toma antes la precaución de mostrar a Adso pidiendo a Dios para que su maestro salga ileso del peligro. Son deslices narrativos que seguramente Annaud vio y que podemos perdonarle porque no atentan contra la solidez y contundencia del conjunto de la historia.
Puede verse también que El nombre de la rosa recurre, aunque una única vez, al típico recurso de película de aventuras en la que el protagonista descubre un botón, dentro de una cavidad ocular de una calavera tallada en la pared, con el que se abre un pasadizo secreto. Pero este recurso resulta creíble porque para llegar a ese botón los protagonistas antes tuvieron que poder ver al sospechoso bibliotecario salir, intentando no ser visto, de la sala dentro de la cual estaban talladas esas calaveras. El problema hubiese sido recurrir a recursos trillados pero sin enmarcarlos en un contexto explicativo más sutil y verosímil. El problema hubiese sido recurrir indiscriminadamente a recursos trillados, sin darles contexto, como lo hacen muchas películas hechas solo para vender, como es el caso de El código Da Vinci sobre todo en las escenas en que los protagonistas descifran códigos secretos. Dichas escenas parecen todas iguales, no se entienden y las olvidamos rápidamente porque no son significativas.
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