Por Mariano Colalongo
La salvaje y azul lejanía (The wild blue yonder)
Alemania / Reino Unido / Francia, 2005, 81 minutos
Dirigida por Werner Herzog
Con Brad Dourif
La ciencia ficción es un género que apoya su poética en el vuelo que permiten unas elucubraciones con mínimas referencias científicas. Ciencia ficción es un relato producido en el umbral de lo posible; respecto del presente, lanza una hipótesis de cierta manera realizable a partir de la cual nos brinda —siempre referido a algún dato científico, matemático o metafísico que sirve de marco objetivo— la posibilidad de vernos en otra época; posibilidad cuyo efecto se mide en verosimilitud --y por eso, de alguna manera, en experiencia vivida- a partir de representar una congruencia habitual de hechos, lógica o con cierto grado de predecibilidad. Dicho de manera más sencilla: su mecanismo consiste simplemente en lanzar secuencias de imágenes, más o menos creíbles, de lo que podría llegar a sucedernos.
Nada de ello dice Herzog en La salvaje y azul lejanía, porque nada de lo que allí se cuenta podría llegar a suceder. Sin embargo, los elementos que maneja -un planeta cuya atmósfera es helio líquido, una luz rezumante en una azul y fría densidad, un extraterrestre de rasgos humanos pero con unos ojos saltones que recuerdan a Kinski, y que tiene más de 120 de años, secuencias únicas en el interior de una nave espacial, y una explicación científica (bastante delirante) que sirve de soporte para el testimonio de la ciencia ficción- nos hacen pensar efectivamente en una película de ciencia ficción, emparentada de alguna manera con Novalis o Nostradamus. “Fantasía científica”, se dijo en la sinopsis ofrecida en el catálogo oficial de películas del Festival.
Lo cierto es que Herzog parece haber desafiado al género en su propia escritura y formalidad, incursionando en un lugar distante tanto a la ciencia como a la ficción. Es más, parece haber abierto una brecha en medio del término que designa el género. Esta obra es del curioso orden en el que la ciencia se desvanece en la fantasía y la fantasía termina por realizar los sueños de la ciencia. Baste con recordar la explicación científica gracias a la cual se conoce el nuevo planeta del que proviene nuestro extraterrestre (Brad Dourif), “la azul y salvaje lejanía”: al sistema solar trazado por Copérnico simplemente se le traspone una plantilla con una figura romboidal entre las líneas de rotación solar de los planetas. En los recorridos romboidales que se trazan entre las órbitas de los planetas, se encuentra al menos la posibilidad de otra galaxia, acaso como un hoyo negro, en la que se encuentra el planeta The Wild Blue Yonder. El científico destaca —tras la cámara de Herzog— que se trata de un aporte de la estética a la ciencia; y el espectador lo corrobora en la secuencia siguiente, en la que el hombre del delantal blanco explica el descubrimiento de la nueva galaxia, efectivamente, con la trasposición de una filmina con esas figuras sobre el sistema solar, y con el protagonismo de un bolígrafo científico señalando la zona del agujero negro, lugar que sirve de puente entre las dos galaxias.
Otro elemento rescatable de la película son las imágenes documentales que aportan al secreto Rockwell, pero no tanto por el interés que despiertan como documento sino porque resultan extremadamente placenteras. Uno espera encontrar astronautas en la apretada situación de astronautas: en el encierro, monstruos de la esquizofrenia y la paranoia. Y se encuentra con gente que simple y sabiamente aprovecha las dimensiones de su existencia, y nos dejan incluso una pura sensación de libertad, acaso sólo posible en el espacio y en el apretado interior de una nave. Esos astronautas simplemente gravitan, pero el detalle de perversión es que nosotros —espectadores— no vemos que graviten sólo en el espacio sino al alcance de la mano de Herzog, que transpone esas imágenes sin demasiado interés en señalar su verosimilitud.
Así es como este cine fantasioso y a la vez testimonial alcanza a difuminar los trazos generales del género de ciencia ficción, presentando una severa dicotomía en el relato. Por mi parte, me fui contento; aunque tal vez un poco aletargado al ver a uno de los grandes filmar sin dejar de experimentar, sin olvidar que filmar se presenta, aun en el reconocimiento, como un desafío.
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