V de violencia

Por Enrico Simonetti

Con el estreno de V de Venganza la industria cultural nos vuelve a invitar a discutir sobre la cuestión de la violencia. Pero esta vez no de forma abstracta, por medio de sermones que la entronicen en el mal absoluto o que intentan catalogarla como valor antinatural. Todo lo contrario: la película de James Mc Teigue muestra a la violencia como proceso que desata cambios políticos, como factor histórico.

I. Violencia política y violencia terapéutica

El personaje principal, V, ha sido catalogado por varios diarios como un terrorista, del mismo modo que lo hicieran los diarios de la década del ‘30 con Severino di Giovanni, anarquista que emprendió su lucha por medio de atentados políticos, por medio de la utilización del terror. Y de la misma forma que los grandes medios masivos de comunicación y nuestro gobierno nacional definieron a los trabajadores del Hospital Garrahan: “terroristas sanitarios”. Bajo el mote de terrorista se ha intentado y se intenta demonizar las diferentes expresiones de lucha popular. Formas muy diversas en las que los sectores populares expresan un rechazo al sistema, ejerciendo violencia en respuesta a las injusticias que la clase dominante se esfuerza en perpetuar.
A pesar de estas lecturas, V de Venganza ha causado gran adhesión y quiero hacerme partícipe de ella. En especial con una frase que sale de boca de V y que da cuenta del contexto general en el que la violencia hace su aparición: “La gente no debe temer a sus gobiernos; los gobiernos deben temer a la gente”. Así da respuesta de forma positiva a la cuestión del uso de la violencia, que se expresa en la película de dos maneras diferentes aunque con un denominador común: la relación contradictoria entre el miedo y la libertad.
En primer lugar podemos encontrar un uso de la violencia que podríamos llamar política, en tanto le sirve a V para mostrarle al pueblo que es posible combatir al régimen político fascista en que viven, pero como están sumidos en el miedo que el régimen les infunde no se atreven a rebelarse. El ataque a los edificios del gobierno y la toma de la central de televisión funcionan a la vez como actos pedagógicos (en tanto incitan a imitarlos) y convocante a una movilización de masas contra el gobierno.
La violencia y el terror político, en este caso, tienen un uso similar al que han querido darle desde anarquistas a montoneros: como hecho generador de conciencia política, ya sea mostrando la respuesta represiva del Estado, marcándoles enemigos al pueblo o como acto político en busca de adhesión popular. La historia argentina da cuanta de un acontecimiento bastante parecido al respecto. Los Montoneros se dieron a conocer precisamente secuestrando y fusilando a Aramburu, un histórico enemigo del pueblo trabajador, y generando un gran reconocimiento y adhesión popular hacia la organización.
En segundo lugar, podemos encontrar un uso terapéutico de la violencia. Y en este punto podemos sumergirnos en un cúmulo de contradicciones éticas. V -nuestro antihéroe que venía justificando la violencia como acto de justicia del pueblo y con fines directamente libertarios- nos expone ante una situación límite: pasa a justificar una tortura y, aun más, la persona torturada también legitima ese acto agradeciéndolo. Veamos esto.
La trama de le película se desarrolla alrededor de la relación que V establece con Evey (Natalie Portman), a quien rescata de las manos de los agentes del gobierno que pretendían atacarla en un callejón de la ciudad. V la rescata y la hace cómplice de su primer atentando contra el gobierno. La vida de Evey, hasta conocer a V, había estado atravesada por una experiencia traumática sufrida durante su infancia. A los 4 ó 5 años de edad presenció cuando las fuerzas de seguridad secuestran y desaparecen a sus padres por razones políticas. Las similitudes con la historia reciente de nuestro país no hacen más que acrecentar la verosimilitud de esta escena, que ella recuerda constantemente y que no la ha dejado vivir libremente.
Como decíamos: V no tiene mejor idea que repetir este acto que marcó a Evey, poniéndola en el lugar de sus padres: la secuestra, encarcela, tortura y condena a muerte. Evey vive todo esto pensando que sus torturadores son del gobierno y que la habían llevado por ser cómplice de V, el enemigo público numero uno del gobierno. Los espectadores tampoco sabemos que quien tortura a Evey es V; por eso, mientras ella es torturada no hacemos otra cosa que compadecernos de ella, sentimiento que ya había sido construido por la historia en relación a sus padres. Es justo en este lugar en donde se produce un quiebre en la relación entre Evey, V y nosotros somos sus espectadores. Este quiebre se produce cuando V confiesa a Evey que ha sido su torturador, lo que inmediatamente nos distancia a ella y a nosotros de la figura de V. Nuestro heroico antihéroe había utilizado la violencia, por medio de la tortura, para liberar a Evey de sus miedos. El problema que suscita este acontecimiento salta a la vista[1], poniéndonos ante un dilema moral y político de dimensiones centrales: ¿es válida la violencia si la causa de su ejercicio, sea la que fuese, es justa?; ¿es posible justificar un caso de tortura si sus objetivos son tan nobles como la liberación subjetiva de un ser humano? Mc Teigue resuelve este dilema por la positiva, puesto que una vez liberada Evey de sus miedos, será ella misma quién se lo reconocerá a V. La escena en donde baja la palanca del tren que hará explotar el Parlamento es un símbolo claro de la realización de su libertad personal y al mismo tiempo una adhesión al ideal libertario que pregonaba V. Liberada de las ataduras del miedo, Evey continúa la tarea que V, su maestro espiritual y político ya muerto, no podía llevar a cabo; había sido preparada para no tener miedo de ejercer un acto de libertad que generaría un hecho política de dimensiones espectaculares. Como le diría V: “Dinamitar un edificio puede cambiar el mundo”.
Como señalamos al principio, más allá de estos dos diferentes usos que se le da a la violencia, el nexo que los une es la relación contradictoria entre el miedo y la libertad. Su uso político busca que el pueblo libere sus miedos al gobierno -y por lo tanto que ejerza su legítima libertad- mientras que el uso terapéutico busca eliminar el miedo individual para activar una subjetividad libertaria. Mc Teigue muestra que el miedo es uno de los factores subjetivos esenciales que imposibilitan la liberación y rebelión tanto individual como colectiva: cómo solución -un tanto provocativa para estos tiempos donde la violencia es sinónimo de fascismo y el discurso de los derechos humanos un manoseo de cuanto moralista kantiano ande suelto.

II. La violencia como atajo político
Si bien la película envuelve un mensaje libertario y apologético de la rebelión popular, carece de grandes limitaciones en cuanto a su propuesta política de emancipación. La violencia o el uso del terror nunca ha sido útil como estrategia de emancipación social sino todo lo contrario: ha generado tanto la profundización de la reacción desenfrenada de las clases dominantes como la distorsión de las prácticas políticas en los sectores populares. La historia de las luchas nos ha demostrado que el camino para la liberación social no tiene atajos (2) y que sólo es posible a través de la organización y movilización de las clases oprimidas. En este sentido coincido con Juan Pablo Lafosse en su intervención en la polémica desatada por Jouve cuando dice que “La violencia es necesaria e inevitable en todo proceso de resistencia. No es posible mantener la calma mientras condenan a la mayor parte del mundo a la miseria, mientras se construye una sociedad cada día más injusta y menos igualitaria, mientras se intensifica la explotación y el abuso del hombre por el hombre. La lucha por la liberación debe ser constante y feroz, pero debe tener ante todo un límite infranqueable: el respeto por la vida, por sobre cualquier otro valor humano.”[3]



[1] A propósito, resuenan los ecos de una ya larga polémica desatada por Héctor Jouve sobre la política y la violencia. Jouve, militante del Ejercito Guerrillero del Pueblo (EGP) reconoce que durante el desarrollo de un foco de la guerrilla, por razones como “una posible traición” es fusilado uno de sus compañeros. Este reconocimiento desata una polémica que recorre diferentes diarios y revistas.
(2) Me refiero a las diferentes experiencias guerrilleras que hicieron del uso de la violencia contra el Estado y la clase dominante el eje su política, en lugar de hacerlo sobre el trabajo cotidiano de organización y politización de los diferentes sectores populares.
[3] Juan Pablo Lafosse, Pensar las muertes de los tiempos del fusil en tiempos de piquetes y cacerolas, 6 de Junio de 2005. Revista Confines.

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