(El terror como forma de tortura)
Por Ramiro Madera
“La política es siempre una política de la fantasía”
Slavoj ZiZek
“Todo documento de civilización es, simultáneamente, un documento de barbarie.”
Walter Benjamín
Slavoj ZiZek
“Todo documento de civilización es, simultáneamente, un documento de barbarie.”
Walter Benjamín
Hostel, film escrito y dirigido por Eli Roth con producción y asesoramiento de Quentin Tarantino, reporta sin ninguna duda al género de terror. En ese sentido, sus formas contienen los tópicos por los que se caracterizan este tipo de películas; sin embargo, Hostel plantea claramente y como centro de su relato la posibilidad de torturar y de ser torturado, con escenas que si bien pueden encontrarse en filmes recientes, que trabajan con descarnada crudeza las múltiples maneras de mutilar a un cuerpo -Audition de Takashi Miiki, Creep de Christopher Smith, El juego del miedo de James Wan y su saga El juego del miedo II de Darren Lynn Bousman, La casa de cera de Jaume Collet-Serra, La masacre de Texas de Marcus Nispel, la trilogía de la venganza de Park Chan-Wook: Oldboy, Simpatía por Mr. Venganza y Simpatía por Ms. Venganza, V de venganza de James McTeigue, Violencia diabólica y 1000 cuerpos de Rob Zombie- remiten a fantasías claramente ancladas en un contexto político y ético determinado.
La película cuenta la odisea de dos estudiantes norteamericanos, provenientes de California, que viajan por Europa en busca de turismo sexual. Durante el viaje se les une un excitado personaje de origen islandés que, como una ironía, el guión utiliza para canalizar cierto humor y desenfado que sorprende a los norteamericanos.
Los tres jóvenes (aunque el islandés no lo sea tanto) pugnan por todos los medios de tener relaciones sexuales con la mayor cantidad posible de chicas, mientras se encuentran en Ámsterdam, que se les presenta como el lugar soñado para satisfacer sus necesidades eróticas. Pero al advertir que las mujeres no están tan dispuestas como lo esperaban -y luego de involucrarse en una pequeña pelea dentro de un boliche- regresan a su hospedaje, donde son asesorados por otro estudiante con aspecto de conocedor que les recomienda que se dirijan a la capital de Eslovaquia, donde se hallan chicas esculturales y ansiosas por conocer norteamericanos. Como prueba de su experiencia, les muestra una serie de fotos digitales donde se lo ve rodeado de hermosas mujeres.
Los muchachos se dirigen en tren a Bratislava y durante el viaje conocen a un extraño pasajero que se lamenta porque el hombre ha perdido la relación directa con la naturaleza, mientras se alimenta llevándose la comida a la boca usando sólo sus dedos. Cuando por fin llegan a Bratislava, se alojan en un hotel en el que las chicas dan con la descripción que les había hecho el improvisado guía de Ámsterdam: son todo lo desinhibidas, dispuestas y hermosas que esperaban, y se muestran tan impresionadas por la nacionalidad norteamericana de los dos muchachos como había adelantado su informante. Pero luego de una primer noche de fiesta, alcohol y sexo, desaparece el islandés y se desata el horror. Primero los dos norteamericanos se limitan a dejarle mensajes en el celular y notas en la recepción del hotel, intentando convencerse de que ha retornado a su hogar, pero cuando le toca a uno de ellos, el otro entra en pánico y decide aventurarse a la ciudad en su búsqueda. Se trata de una verdadera aventura, por cuanto recorrer la ciudad no será la experiencia a la que está acostumbrado. La película describe los paisajes del tercer mundo, según el imaginario (paranoico) de los ciudadanos del primero, y así muestra locaciones con fabricas abandonadas –en escenas iluminadas de forma siniestra-, un entorno urbano derruido que da la impresión de haber sido sometido a la violencia de la guerra, personajes desarrapados que deambulan con miradas perdidas y bandas conformadas por infantes deseosos de poseer algún icono de la cultura popular (ya sea un teléfono celular o goma de mascar) de los ricos países del norte. En una escena en que uno de los protagonistas decide denunciar la desaparición de su amigo ante las autoridades policiales, quien le toma la denuncia le advierte que se encuentra muy lejos de su casa; admonición que frecuentemente se incluye en las películas producidas en los Estados Unidos luego del 11/S. Aunque la peor fantasía que la paranoia de un ciudadano norteamericano pudiera engendrar, se concreta para los infaustos protagonistas de Hostel cuando descubren que han sido raptados a fin de ser la máxima atracción de una especie de parque temático, donde acaudalados hombres de negocios pagan para dar rienda suelta a todo su sadismo y malevolencia, pudiendo disponer absolutamente del cuerpo de otro para satisfacer sus deseos y pulsiones más oscuras.
Si bien puede extraerse de la película la más elemental lectura ideológica -que describe los límites de la opulenta y liberal Europa como una zona inhóspita para los ciudadanos del primer mundo, donde la más mínima noción de legalidad se halla suspendida, incluso por quienes tienen la misión de velar por ella (uno de los protagonistas del film advertirá, azorado, como la misma policía da protección y asegura el emprendimiento de sus captores), los desesperados habitantes locales hacen los que sea necesario para sobrevivir: prostituirse, integrar bandas de salteadores, secuestrar o trabajar como guardias de seguridad en un lugar donde se tortura gente por mero placer y donde están esperando a los norteamericanos para cortarlos de a pedacitos- es posible que el film también soporte una lectura que plantee preguntas acerca de las fantasías que elucubra, con las que se podría politizar su mirada. Acaso sería oportuno preguntar si la exposición sistemática de la tortura, con un detalle inédito para otros momentos y constituida en la manifestación central del terror, no dice algo acerca del contexto de violencia y dominación en el que algunos países llevan adelante proyectos políticos precisos.
Quizás lo que Hostel nos esté mostrando es cómo en un país del tercer mundo, gracias a sus ventajas comparativas, las mujeres están mucho más dispuestas que en cualquier lugar a tener sexo con ciudadanos norteamericanos, que advierten como sus dólares valen más y que la sola mención de su nacionalidad ya las excita; pero también que resulte lógica la posibilidad de disponer del cuerpo de otra persona para perpetrar sobre ella los actos más ignominiosos, siempre y cuando se abone la tarifa correspondiente. Aquí es donde aparece dramatizada, como un espejo que invierte la realidad, la posibilidad cierta y concreta de que Estados Unidos, a través de la CIA, haya fletado aviones hacia los países de la periferia oriental de Europa, trasladando prisioneros acusados de terrorismo para que sean interrogados bajo tortura sin la molesta injerencia del derecho internacional. Aprovechando ese plus de que algunos países periféricos están dispuestos a otorgar a cambio de ser anotados entre los aliados.
Por otra parte, el exquisito y obsesivo detalle con se preparan las escenas de torturas en estas películas -produciendo un efecto de hiper-realidad, conectando al espectador con una sensibilidad que no tendría incluso que estar presente físicamente cuando la tortura se desarrolla, mientras que las escenas de sexo son filmadas en un registro de erotismo soft- da cuenta de los peculiares parámetros éticos y políticos que se manejan en las latitudes del norte. Es posible, entonces, establecer un paralelismo con dos hechos del dominio público que grafican el ambiente político de fundamentalismo religioso y cruzada contra el terrorismo impuesto por la administración Bush en Estados Unidos y que, además, redefinen la noción de lo obsceno. Recordemos que una popular cantante pop afro-americana fue severamente amonestada porque se le descubrió uno de sus pechos mientras bailaba en el espectáculo de un evento deportivo de interés nacional, lo que dio lugar a intensos y acalorados debates; tiempo después el mismísimo vicepresidente de Estado Unidos hizo declaraciones que muy pocos dudarían en calificar de obscenas, proclamando la necesidad de la tortura, y encumbrados columnistas como Jonathan Alter se preguntaron si no era tiempo de pensar en la tortura y de transferir algunos sospechosos de terrorismo a los aliados menos delicados, aun cuando ello sea hipócrita para con los valores norteamericanos.
Otra de las cuestiones que en la trama de Hostel remite al contexto político actual, es la ética de los oscuros hombres de negocios que acuden a los suburbios de Bratislava a concretar sus sádicas fantasías. En un pasaje de la película, un hombre de rasgos orientales (que no es otro que Takashi Miike, haciendo un cameo, para el regodeo cinéfilo del director) sale de la fabrica abandonada devenida en siniestro parque de diversión; él le advierte al protagonista que si se deja llevar puede perder todo su dinero. Como si el hecho de torturar hasta la muerte, y sólo por placer, a una persona que se encuentra totalmente indefensa implicara como única consecuencia un empobrecimiento proporcional al costo del goce obtenido. A diferencia de otros filmes, en éste la tortura no es perpetrada por monstruos ni locos (como ocurre en La masacre de Tejas o Creep), personajes definidos desde su anormalidad (La casa de cera o Violencia diabólica) o por el deseo de venganza (Oldboy o V de Venganza) sino por hombres de negocios -muchos de ellos con familias- con necesidad de experimentar sensaciones fuertes. Como el caso del que había visitado toda clase de burdeles, o el hombre que comía con los dedos y se mostraba paternal y protector con uno de los protagonistas para luego practicar sobre su cuerpo truculentas incisiones, concretando su fantasía de ser cirujano por un día sin tener el mínimo conocimiento en medicina. Estos hombres hacen cosas monstruosas sin preocuparse por las consecuencias de sus actos, retornando a su cotidianidad, a su hogar donde son cálidos y afectuosos padres de familia. Aquí la película vuelve a desnudar, con el procedimiento ya señalado, la pretensión de Estados Unidos de llevar a cabo políticas monstruosas sin por ello renunciar –acaso sucumbiendo a cierta hipocresía- a los valores norteamericanos que se oponen a aquellas políticas, y por los que aun gustan definirse. Si alguna duda cabe de que la fantasía de Hostel remite a la realidad política, su director Eli Roth comentaba en una entrevista que le hicieron cuando estuvo en el Festival de Cine de Mar del Plata que le gusta hacer películas sobre la realidad, como Cabin Fever (su ópera prima) donde la enfermedad come por dentro. Decía: nada de fantasmas, ovnis ni alienígenas: “Para mí, ningún monstruo es más terrible que George Bush.”1
Como coda, y para aprovechar la extensa retahíla de películas que se han citado arriba -abusando de la paciencia del desprevenido lector-, podemos formular una última pregunta: ¿es la tortura la nueva mercancía que se consume como terror en este tipo de filmes? Y en ese caso: ¿de qué orden es el goce que producen en el espectador las escenas ultra detalladas de mutilaciones a los cuerpos? Se podría responder con las palabras del ensayista Eduardo Grüner, que al referirse al cine contemporáneo dice: “en el pastiche posmoderno, el retorno masivo al género combinado con la autorreferencialidad estilística, no conduce a otro lado que al regodeo técnico en la imagen bella, visualmente plena, que es el índice de una culminación de lo obsceno: la forma última y gozosa del consumo de la mercancía, la transformación de la mirada en pasiva recepción de una naturaleza envuelta en colorido celofán, y de la cultura visual –despojada de conceptualización crítica- en adornada vidriera de shopping.”2 Entonces siempre se puede recordar a Sartre: no se trata sólo de lo que han hecho con nosotros, sino de qué somos capaces de hacer nosotros con eso que nos han hecho.
----
1 Reportaje realizado por Beatriz Molinari y publicado en la Sección Espectáculos de la edición on line del Diario La Voz del Interior, correspondiente al día 9 de abril de 2006.
1 Reportaje realizado por Beatriz Molinari y publicado en la Sección Espectáculos de la edición on line del Diario La Voz del Interior, correspondiente al día 9 de abril de 2006.
2 Eduardo Grüner, El Sitio de la Mirada (Secretos de la imagen y silencios del Arte). Buenos Aires. Grupo Editorial Norma. 2001. A este autor debemos las citas de Walter Benjamín y Jean Paul Sartre.
En el reportaje citado en la nota anterior, Eli Roth, habla de la renovación del genero de horror o gore que tiene lugar en la industria de Hollywood, y cuenta que se están haciendo películas sin limitaciones, donde el terror se convierte en una nueva forma de tortura.
En el reportaje citado en la nota anterior, Eli Roth, habla de la renovación del genero de horror o gore que tiene lugar en la industria de Hollywood, y cuenta que se están haciendo películas sin limitaciones, donde el terror se convierte en una nueva forma de tortura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario